Me pareció ver la imagen de alguien, un hombre, al principio podía verle nítido, poco a poco empezó a desenfocarse frente a mis ojos, y entonces sucedió, escuche el primer grito y todo se rompió dentro de mi.
Aquello que estaba pasando era superior a mi capacidad de comprender, a mi fuerza de mantenerme lucida. Aquel lugar no me parecía seguro y aquella energía masculina a la que me aferraba no me quería escuchar.
Miedo, terror, autentico pánico. Estaba enfrentándome al peor de los sentimientos, el miedo, a una escala que desconocía podría sufrir.
Soy madre, conozco de primera mano porque lo he sufrido en mis carnes que las contracciones te llevan a un grado de dolor tan intenso que crees que tu cuerpo esta rompiéndose literalmente. Ser conocedora de tal dolor no mitigó aquel sentir interno que sufría.
No recuerdo cuanto tiempo pasó desde que todo se hizo oscuridad, no recuerdo cuantas veces repetí la frase – me quiero ir, sácame de aquí –
Pero nadie me escuchaba y los gritos seguían atravesando mis sudadas manos aferradas a tapar mis oídos…
Noté una mano en mi espalda, creo haber sudado por sitios que no imaginaba poder sudar, y una voz suave se coló entre tanto grito y consiguió llegar a mis tapados oídos y a mi aturdido cerebro. – Abre los ojos, está ahí, no estas sola, míralo, abre los ojos –